Las sociedades opulentas actuales creen que el crecimiento económico es
la panacea que resuelve y cura todos los males. Desde pequeños se nos ha
intentado inculcar que gracias a su amparo, la cohesión social es posible así
como el mantenimiento de los servicios públicos y que tanto el desempleo como
la desigualdad no reinan en nuestra sociedad gracias a dicho crecimiento
económico.
Si intentamos extraernos por un momento y recelamos de lo que la
sociedad nos intenta hacer creer podremos empezar a descubrir que el
crecimiento económico provoca agresiones medioambientales en muchos casos
irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos que no estarán a
disposición de las generaciones venideras y que se permite el triunfo de un
modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuanto más
dinero ganemos y sobre todo (lo que realmente sustenta al sistema capitalista
sin control y exacerbado) cuanto más
bienes acertemos a consumir.
Los países ricos tienen que reducir la
producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, es
urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a
faltar materias primas vitales, debemos ser conscientes de los límites
medioambientales y de recursos del planeta. Para calibrar la profundidad del
problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del
planeta, terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades
económicas. Si en 2004 esa huella lo era de 1,25 planetas Tierra, según muchos
pronósticos alcanzará dos Tierras (si no se evita) en 2050. La huella ecológica
igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980 , y se ha triplicado entre
1960 y 2003.
Como dice Sloterdijk en su libro En el mismo barco, la sociedad
actual en medio de la terrible crisis de sus clases políticas no puede hacer
nada mejor que darse una pausa para la reflexión sobre cuestiones
fundamentales.
Demos empezar a pensar que no es suficiente, con acometer reducciones en
los niveles de producción y de consumo. Es necesario reorganizar nuestras
sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida
social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la
propiedad y al consumo ilimitado.
Lo primero que las
sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de reducir
sensiblemente muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Nos estamos
refiriendo a la industria militar, la automovilística, la de la aviación y en
buena parte a la de construcción. Los millones de trabajadores que, de
resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos
grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades
en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y
medioambientales, el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los
sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en
este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por
qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho
de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida
que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios
sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada
de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la
consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es
preciso agregar que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente,
a quienes menos tienen.
El decrecimiento no
implicaría, para la mayoría de los habitantes, un deterioro de sus condiciones
de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con
la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores, la
preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la
salud de los ciudadanos, las condiciones del trabajo asalariado o el
crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se
reducirá sensiblemente. Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el
mundo rico se hacen valer elementos --así, la presencia de infraestructuras en
muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el
propio decrecimiento de la población-- que facilitarían el
tránsito a una sociedad distinta. Y es que hay que partir de la certeza de que,
si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de
resultas del hundimiento, antes o después, de la sinrazón económica y social
que padecemos.