martes, 17 de julio de 2012

Defendiendo el decrecimiento


Las sociedades opulentas actuales creen que el crecimiento económico es la panacea que resuelve y cura todos los males. Desde pequeños se nos ha intentado inculcar que gracias a su amparo, la cohesión social es posible así como el mantenimiento de los servicios públicos y que tanto el desempleo como la desigualdad no reinan en nuestra sociedad gracias a dicho crecimiento económico.

Si intentamos extraernos por un momento y recelamos de lo que la sociedad nos intenta hacer creer podremos empezar a descubrir que el crecimiento económico provoca agresiones medioambientales en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de las generaciones venideras y que se permite el triunfo de un modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuanto más dinero ganemos y sobre todo (lo que realmente sustenta al sistema capitalista sin control y  exacerbado) cuanto más bienes acertemos a consumir.

Los países ricos tienen que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales, debemos ser conscientes de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Para calibrar la profundidad del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella lo era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos Tierras (si no se evita) en 2050. La huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980 , y se ha triplicado entre 1960 y 2003.  

Como dice Sloterdijk en su libro En el mismo barco, la sociedad actual en medio de la terrible crisis de sus clases políticas no puede hacer nada mejor que darse una pausa para la reflexión sobre cuestiones fundamentales.

Demos empezar a pensar que no es suficiente, con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Es necesario reorganizar nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado.

Lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de reducir sensiblemente muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Nos estamos refiriendo a la industria militar, la automovilística, la de la aviación y en buena parte a la de construcción. Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales, el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen.

El decrecimiento no implicaría, para la mayoría de los habitantes, un deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos, las condiciones del trabajo asalariado o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente. Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos --así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el
propio decrecimiento de la población-- que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Y es que hay que partir de la certeza de que, si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, de la sinrazón económica y social que padecemos.

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